Roma, otoño de 1542. Miguel Ángel recibe el encargo de terminar la tumba de Julio II, una obra ambiciosa pospuesta durante casi cuarenta años. El artista, en plena crisis de fe, se encuentra en el punto de mira de la Inquisición, en una ciudad donde la corrupción campa a sus anchas. Atormentado por los mecenas y perseguido por los inquisidores, él concebirá la versión final de la tumba de Julio II de una forma que podría incluso condenarle a la hoguera.