Nunca antes había visto algo así. Se enderezó y miró fijamente. Y entonces vio a su madre que venía por el camino con un clavel rojo en la mano.
Madre, ¿qué es?-preguntó Kezia.
Linda elevó la vista hacia la grasa hinchazón de aquella planta de hojas crueles y tallo carnoso e imponente. La sobrepasaba con mucho con su calmoso aspecto aéreo, y sin embargo se sujetaba con tanta fuerza a la tierra que podría haber tenido garras en lugar de raíces. Las hojas curvas parecían ocultar algo y el gran tallo cortaba ciegamente el aire como si no hubiera viento que lo pudiera derribar.
Eso es un áloe, Kezia -dijo Linda.
¿Alguna vez tiene flores?
Sí, hija mía -dijo su madre, y sonrió a Kezia con los ojos entornados-, una vez cada cien años.