El Corán es un libro sagrado. Traducirlo, editarlo, publicarlo, son tareas que superan el ámbito de la actividad estrictamente editorial. Dar a conocer la palabra textual de Dios es mucho más; es una tarea que reviste un importancia tan elevada que hay personas que han dedicado a ello toda una vida.
El doctor Bahige Mulla Huech, mi padre, vivió muy plenamente El Corán, y fue muy consciente de la responsabilidad que el destino le invitaba a asumir. Por su doble condición de médico e intelectual español, residente en occidente, y de musulmán, sirio de nacimiento, y profundo conocedor tanto del Islam como de la preciosa lengua árabe en que fue revelado al Profeta, palabra por palabra, el texto sagrado de El Corán, el doctor Mulla reunía las condiciones necesarias para ofrecerse como «puente» entre lenguas y culturas. Y afrontó esta tarea con entusiasmo, desde el convencimiento de que los hombres de fe están requeridos a activar el papel vital de la religión en el tejido social para contrarrestar el estado de anomia en que vivimos y proponer alternativas a los valores materialistas que limitan, empobrecen y humillan nuestra condición de seres humanos.