Nicolás Copérnico nunca previó que su apellido acabaría por asociarse con la mayor revolución científica de la era moderna. Nacido y educado en la pujante Polonia del siglo xv, fue siempre un hombre discreto y profundamente religioso, que, a diferencia de muchos de sus herederos intelectuales, nunca fue perseguido por sus ideas. Y eran ideas peligrosas: al postular un universo con el Sol firmemente instalado en su centro, se sacudía el yugo milenario de Ptolomeo, por un lado, y ponía en duda la exactitud de la Biblia en lo relativo a la astronomía, por el otro.
Al atreverse a pensar más alió de la tradición y el dogma religioso, este tranquilo astrónomo polaco nos legó no solo una nueva visión del universo, sino también una prueba irrefutable del poder y el alcance del pensamiento libre.