Al comenzar la década de los noventa, irrumpen en el panorama artístico colombiano las primeras pinturas en gran formato de Francisco Mejía Guinand (Bogotá 1964). En la Colombia de entonces, caracterizada por un interés en el arte como idea, la mayoría de los artistas jóvenes se plegaron a las más diversas variantes del arte conceptual. Por eso dentro de este contexto resulta admirable una obra que, como la de Mejía Guinand, no pretende significar sino ser.
Las sorprendentes imágenes que este libro presenta, nos permiten asegurar que, pese a la constante afirmación actual de que la pintura ha llegado a su fin, la obra de Mejía Guinand es la única que, dentro de la producción pictórica de Colombia en la última década, ha demostrado un férreo respeto por la tradición de la pintura como medio. Sus grandes formatos son radicales, no tienen principio ni fin. Son fragmentos de una totalidad que se nutre del legado de la historia del arte universal. No la niega, la restaura para ir más allá, con la humildad de quien mira por primera vez, pero sin dejar de ser él mismo. Mejía Guinand, sin duda novedosa figura dentro del arte continental, cubre un extenso terreno de referencias pictóricas que exigen del espectador una contemplación más aguda.