La escena planteada por Polidori, el primer autor que en 1819 estableció las prácticas y costumbres del vampiro moderno, ha sido una y otra vez retratada en las más diferentes manifestaciones culturales. Desde la novela de Bram Stoker y su inigualable Drácula, hasta los poemas que le dedicó Charles Baudelaire, el personaje atravesó el universo artístico con un éxito notable. De hecho, el Drácula de Stoker es la tercera obra en lengua inglesa más leída en todo el mundo, sólo superada por la Biblia y las obras de Shakespeare. Más tarde sería la cinematografía quien catapultaría al vampiro a la mayor de las popularidades. Convertido en un personaje de ficción, no obstante ha mantenido persistentemente una doble vida en la que la leyenda y la realidad se han entrecruzado —y aún lo siguen haciendo— con inquietante regularidad.
Por supuesto, toda la producción ficcional, moderna o no, ha asimilado las incontables mitologías y leyendas populares alrededor de nuestra criatura o de seres similares, que se hallan diseminadas en el conjunto de la cultura humana desde el inicio mismo de las sociedades.