Al extremo sur de la India, la costa de Malabar bordea el estado de Kerala, traza una recta hacia el sur, y siguiéndola, se dobla la punta más meridional, el cabo Comorin, donde se mezclan las aguas del mar de Omán, el golfo de Bengala y el océano índico. Remontando desde allí se alcanza la costa de Coromandel.
Desde épocas remotas estas costas fueron frecuentadas por marinos que las recorrían en busca de especias. Primero fueron los fenicios y romanos, más tarde los árabes y chinos. La India del sur es una encrucijada entre Oriente y Occidente.
La India del sur, tierra de encuentros, donde hasta en las más remotas aldeas se puede sentir la fascinación por el hallazgo de un florón barroco o una pequeña iglesia portuguesa a la vuelta de un recodo.
Y a la diversidad cultural se suma la de los paisajes. En cuanto el viajero llega a Malabar queda impactado por la exuberancia tropical de la vegetación, regada dos veces al año por los monzones.
Malabar y Coromandel son también imágenes del paraíso recobrado en sus largas lenguas de arena fina, inundadas de sol y bordeadas de cocoteros. El sur y el mar; el mar siempre como una presencia.
Y, en medio de los fascinantes paisajes, aparecen los hombres, mujeres, niños y ancianos, serios o sonrientes, harapientos o soberbiamente engalanados, en el trabajo o en la oración, tan lejanos y sin embargo tan nuestros, porque Alain Carayol sabe mirarlos con pasión y humanidad.