El príncipe de Monguí viaja por el río Funza hacia el paraíso del centro de la tierra en una balsa hecha de seda tejida por las arañas sagradas, enfrentando infinitos peligros. Al mismo tiempo, en la tierra media, la tierra de los vivos, su estirpe queda amparada por la Virgen de Monguí. Los descendientes del príncipe se mueven con la agilidad y resiliencia características de sus dos razas, ya mezcladas, la indígena y la española. Durante la Colonia, Ignacia (la española) y Miguel (el muisca) se enfrentan a los poderosos para defender su tierra y su cultura. Sus hijos y nietos marchan al lado de los comuneros y viven el proceso de Independencia.