A inicios del siglo VII, en Arabia, en las estribaciones de los imperios persa y bizantino, nació una nueva religión que cambiaría el curso de la historia: el islam. Mahoma, su Profeta, predicaba un mensaje de unión, solidaridad y humildad. Credo y política eran una sola cosa y los fieles empezaron a construir una nueva sociedad. Dos siglos más tarde, los dominios musulmanes llegaban desde los Pirineos, en Europa occidental, hasta el valle de Fergana, en Asia central. Se había levantado un gran imperio que sumiría en la ruina al persa y al bizantino, que llegaría hasta la India y China y que se convertiría en un actor decisivo en la construcción de los estados medievales del Mediterráneo y de la nueva Europa cristiana.