Entre los siglos XVI y XVII, las principales potencias europeas se disputaron la hegemonía, con enfrentamientos tanto en el campo de batalla como en el diplomático. En este período España, Francia e Inglaterra detentaron sucesivamente la supremacía política, lo que les llevó a su vez a dotarse de los instrumentos de Estado que demandaba la nueva sociedad.
Los tres aspectos definitorios del viejo Estado —la actividad militar, la financiera y la judicial— todavía prevalecían en la mentalidad gubernamental, pero nuevas preocupaciones, como la asistencia social y la educación, empezaron a emerger en este contexto.