El contacto con el mundo griego permitió a los ciudadanos del Imperio romano descubrir un universo de lujo y de placeres que sus antecesores habrían abominado, pero que a muchos de ellos se les antojó seductor y deseable. A medida que se ampliaban los dominios imperiales, las costumbres cotidianas y el horizonte cultural de los romanos cambiaron: adquirieron nuevos hábitos y vieron cómo sus ciudades y sus hogares se adaptaban a los gustos imperantes. En este volumen se analiza lo que sabemos del día a día de los ciudadanos del Imperio: sus hábitos higiénicos, sus casas en función de la clase social a la que pertenecían, la organización de sus ciudades, y sus entretenimientos preferidos.