Mi nombre es Linda, Linda Guacharaca. Sobreviví a un brutal atropello, a tres meses sin alimento, a una plaga de pulgas de las que requieren fumigador y a diversos atentados que harían que se te erizara hasta el último pelo del cogote. Como dice mi mamá, no soy una perra normal, soy una perra milagro.
Hoy, con la espalda en forma de «S» y una pata suelta, no solo tengo el tumbao más sexy del parque, sino que crucé el océano Atlántico para visitar Europa e incluso ayudé a cumplir el sueño de perregrinar a Santiago de Compostela a mi mamá: una nómada empedernida, cuyo conocimiento del universo canino se limitaba —hasta el momento en que nuestros caminos se cruzaron en una gasolinera colombiana— a un par de informaciones que había leído en una revista sobre el mundo animal.