La Virgen María ha sido honrada y venerada como Madre de Dios y Madre nuestra desde los albores del cristianismo. Ella, como una madre que recoge y resguarda, es el refugio de los pecadores, la salud de los enfermos, la reina de los mártires, de los confesores y de los apóstoles. La Santísima Virgen nos ayuda a comportarnos como buenos hijos: a ser fuertes y fieles. Oremos con fe y devoción a nuestra madre del cielo, confiados en su infinito amor y en su intercesión ante el Señor por el perdón de nuestros pecados y nuestras necesidades.