Procedentes del norte de Europa y huyendo del frío y de la escasez de recursos, los pueblos germánicos se desplazaron durante los primeros siglos de nuestra era hacia el sur y hacia el este, hasta topar con los límites del Imperio romano. Allí, algunos de estos pueblos fueron agrupándose y conformando núcleos más extensos y poderosos. En cuanto se sintieron o bien lo suficientemente fuertes o bien demasiado amenazados por los temibles avances de los hunos, se decidieron a cruzar la frontera.
Entre los siglos III y V, la entrada masiva de clanes germánicos en territorio romano comportó la caída definitiva del Imperio de Occidente (476). Los reinos germánicos que surgieron sobre las ruinas de este —visigodo, ostrogodo, vándalo, lombardo o franco, por citar solo los más destacados— conformaron la personalidad de Europa occidental durante la Edad Media.