Aunque varios países se hallan en la periferia europea, sus aportaciones a la cultura occidental son de primer orden, y sus paisajes, en el caso de los más septentrionales, modelados por la acción glaciar, ofrecen escenarios de incomparable belleza y grandiosidad. Las islas británicas despliegan su larga trayectoria histórica desde Stonehenge hasta los paisajes mineros y fabriles ligados a la Revolución Industrial. Y también castillos, Westminster y la Torre de Londres. En el Benelux, admiramos Luxemburgo, Ámsterdam, Bruselas o Brujas. En Escandinavia, yacimientos prehistóricos, conjuntos urbanos, iglesias, puertos y tempranas instalaciones industriales. Concurren, pues, varios de los motivos que deciden la selección de la Unesco para el Patrimonio mundial de la humanidad: valores paisajísticos, artísticos y tecnológicos.